viernes, 16 de junio de 2023

El smog neoyorquino y el rastrillo de madera para juntar pinocha

No parece sensato seguir dando la espalda a una realidad sobre la que ya advirtió la Organización de Naciones Unidas (ONU) en febrero de 2022 bajo el epígrafe “Crisis mundial de incendios”, estudio en el que se advierte del aumento en un 30% del nivel de incendios forestales a nivel global para el año 2050 y en hasta un 50% de cara a final de siglo.  

Lo que se ha visto en Nueva York y otros estados norteamericanos, provocado por más de 150 incendios en la provincia de Quebec (Canadá) a cientos de kilómetros de la que -no sabemos por cuanto tiempo- es la capital financiera mundial y con consecuencias de todo orden en salud, tráfico aéreo y turismo, pudiera haber abierto los ojos a ciertos sectores aún negacionistas de la realidad del cambio climático. Y no sólo en lo que es el ascenso del nivel del mar sino sobre la terrible realidad de esta amenaza cada día más real y más visible para esa parte del mundo que creyó verse lejos de sufrir consecuencias directas a corto y medio plazo.  

Para hacernos una idea de lo que hablamos hay que tener en cuenta que en 2014, año récord de incendios en Canadá, ardieron 4,5 millones de hectáreas de zonas forestales, lo que equivale a la superficie completa de más de 22 islas de Tenerife. En lo que va de año ya han ardido más de 4 millones, con lo que nos podemos hacer a la idea de la magnitud del problema. Quizás por ello el smog neoyorquino -o cielos naranja- ha venido a llamar la atención de nuevo al mundo sobre esta crisis global. También hay que recordar que mientras esto ocurría, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, se dedicaba al traslado de más armamento al frente ucraniano en un mundo cada vez más enloquecido que parece ir hacia ninguna parte.  

La realidad a la que nos enfrentamos tiene que ver con un cambio climático que nos amenaza con más sequías, de ahí la importancia de una estrategia sobre el agua basada en el ahorro y la reutilización apostando por vertidos cero en un entorno insular como el nuestro. Por otro lado, la presencia de ciclos más cortos de episodios de lluvias intensas en cortos espacios de tiempo, pueden generar inundaciones de alto riesgo en entornos muy urbanizados, tal y como nos podemos encontrar en muchas cuencas insulares. Esto  lo nos debe hacer pensar en tener los cauces limpios y despejados para limitar los efectos dañinos de dichos episodios.  

Es evidente que si desde Canarias queremos contribuir a mitigar la subida generalizada de las temperaturas -lo tenemos complicado por nuestra dependencia de un sector económico que se basa en mover a más de una decena de millones de personas en aviones en distancias que superan en muchos casos los 3.000 kilómetros-, debemos apostar por un sector primario adecuado y cuidado que nos permita limitar al máximo la dependencia exterior en productos básicos de la cesta de la compra. Sí, hablamos del famoso ‘kilómetro cero’ que lo llevamos en la boca todo el día, pero poco en acciones concretas para apostar por nuestros agricultores y ganaderos de una forma decidida y responsable.  


Y por último, y tiene que ver con el smog neoyorquino y la situación de amenaza global por el clima, caía estos días en nuestras manos un permiso-guía concedido por un ayuntamiento de esta Isla a un campesino para poder retirar pinocha y leña muerta del monte. Un folio entero que contiene, entre otros, diez epígrafes que empiezan con el adverbio de negación: “No se podrá, No se permitirá, en ningún caso se podrá…”.

En otros epígrafes se pueden leer cosas como “se podrá limitar el uso de herramientas”, y, por ejemplo, se advierte que el rastrillo de madera es el adecuado porque el metálico te lo pueden prohibir porque araña las piedras; o que el vehículo que se permite no puede tener mayor capacidad de carga que la autorizada. Se piden vehículos 4x4 y expertos conductores que se hagan cargo de asumir cualquier responsabilidad de lo que ocurra, sea cual sea la causa del incidente, porque debes reconocerte como experto conocedor de las condiciones de las pistas forestales.  

Además, todo eso con indicación del vehículo, matrícula, plano de situación, pista concreta por la que pretendes realizar los aprovechamientos y demás de montes propiedad municipal. Y mucho cuidado con hacerte con una rama muerta que no esté en el suelo ni nada de eso porque, textualmente, dice “No se podrá cortar, dañar o producir cualquier alteración a la vegetación”. ¿Cómo se hace para realizar una actividad de limpieza de montes, pinocha y demás, sin producir alteración alguna en la vegetación?  

La cuestión, en definitiva, es si en una coyuntura global tan compleja nos podemos permitir una gestión forestal sensata sin contar con la confianza y ofreciendo el respeto que se merece nuestra gente del campo. Hablamos de los que de siempre estuvieron dispuestos a quemarse las pestaña por defender los montes del fuego y que ahora tratamos a priori como sospechosos.  

¿A que tantos ‘noes’ y por qué no más echarles una mano y dejarnos de tanta falta de respeto y desconsideración? Claro que se parten ramas o se arranca algo cuando se está cogiendo pinocha; claro que el rastrillo metálico puede arañar un poco el suelo, pero ¿a quién podemos pedirle que cargue con uno de madera en los tiempos que corren para hacer este trabajo ya tan penoso de por sí?  ¿Es que no nos damos cuenta que en una coyuntura global de aumento de incendios forestales, por ejemplo, en Ucanca ardieron unos miles de metros no hace tanto y que nuestros aliados son los que limpian el monte y no los que les ponen la zancadilla a éstos sin sentido alguno? 

Si queremos tener una isla verdaderamente sostenible, menos dependiente y con cierta calidad de vida, debemos reflexionar y tomar medidas sensatas que defiendan a nuestra gente y a nuestra tierra. 


Wladimiro Rodríguez Brito y Juan Jesús González



No hay comentarios:

Publicar un comentario