sábado, 9 de septiembre de 2023

La papa, tan lejos y tan cerca


Hace poco más de un año, el 30 de junio del 2022, un buen grupo de mujeres de Benijos (La Orotava) se presentó a las puertas de una gran superficie de alimentación en La Laguna intentando llamar la atención sobre las duras circunstancias que estaban viviendo, con buena parte de la cosecha de papas sin vender y denunciando que, al mismo tiempo, se seguían importando papas de varias partes del mundo sin el más mínimo gesto de solidaridad hacia la producción local. 

Nuestros campesinos se vieron con la cosecha sin vender y no sólo en la comarca del Valle de La Orotava, sino en muchos otros puntos de Canarias mientras a las grandes superficies no paraban de llegar papas de fuera: nada menos que 64,8 millones de kilos en 2022 -en torno al 80% del Reino Unido- lo que viene a representar la importación de papas algo así como el 50% del consumo total. 

En esas circunstancias los precios que se pagaron por las papas locales en muchos casos no cubrieron ni el 40% de los costes de producción, según denunciaron estos campesinos de Benijos y nos vimos pagando al productor menos dinero incluso de lo que se pagaba 20 años atrás. Esta situación es insostenible desde todo punto de vista y, en cierto modo, de aquellos polvos en parte provienen muchos de los problemas con los que nos encontramos hoy día en cuanto a la escasez y a los precios desorbitados. A poco que han surgido dificultades, esta vez en forma de escarabajo, con la importación ya que la semilla que sembramos en las islas desde finales del siglo XIX procede de las Islas Británicas, hemos visto cómo se ha generado una crisis con las papas.

Todo esto ocurrió en medio de una coyuntura de aumento generalizado de los precios de semillas, fertilizantes, combustibles y demás. La cuestión llegó a tal extremo que en estas últimas cosechas, parte de esas semillas importadas en 2022 se quedaron sencillamente sin vender y muchas tierras balutas –sin labrar- por aburrimiento del sector y, sobre todo, por las pocas expectativas de cara a una rentabilidad mínima. Es decir, buena parte de esas tierras se quedaron en este 2023 convertidas en zonas combustibles en forma de zarzales, helechos o cenizos, en el mejor de los casos. Hablamos de sitios en los altos de La Orotava donde progresó sin dificultad el último gran incendio que hemos sufrido, un factor que también hay que tener en cuenta en este asunto. 

En este contexto, a nadie debe extrañar que en este último año se haya reducido la superficie cultivada drásticamente, en torno al 25%, pasando de algo más de 4.000 hectáreas a algo menos de 3.000 mientras que en los años 70 estábamos hablando de más de 15.000 hectáreas sembradas. Al descenso brusco de la siembra se han unido unas condiciones meteorológicas difíciles que obligaron a retrasar ésta por las lluvias de enero y febrero; contratiempo que vino acompañado de unos meses posteriores secos donde hubiera sido fundamental disponer de redes de riego, infraestructuras con las que no contamos en la mayoría de los casos.  Si a eso le añadimos las condiciones meteorológicas donde progresa con más facilidad la polilla guatemalteca, otra de las grandes amenazas para nuestra producción local, pues llegamos a la situación actual.

¿Es razonable que, en ocasiones, hasta los propios importadores de la papa de semilla, inunden el mercado de papa de consumo foránea en el momento justo en el que se hacen efectivas nuestras cosechas locales? ¿Podemos permanecer pasivos ante esta importación masiva de papas en marzo o abril cavadas en septiembre en el Reino Unido como nos hemos encontrado por ahí? Pues francamente, cualquiera diría que no estamos hablando de situaciones razonables para nadie ni justificables en un mundo que habla de cambio climático, kilómetro cero, autoabastecimiento y demás. 

Canarias fue pionera en la introducción de la papa en Europa hace 500 años (s. XVI). De aquí fueron para Inglaterra y Holanda y, de hecho, contamos con variedades desconocidas en el continente europeo con las papas de color, papa andina adaptada a nuestro clima. Contamos, en el caso de Tenerife, con toda una comarca entre Vilaflor y Agache pasando por San Miguel y demás, desde la que se exportaron muchos millones de kilos porque mientras en invierno media Europa está congelada, aquí somos capaces de producir bajo jable sembrando en octubre y cosechado en febrero o marzo. Qué decir de las medianías húmedas del norte de las islas e incluso en Lanzarote se cosecha en verano.

Durante todos estos siglos, la papa ha sido un cultivo de gran arraigo para nuestros agricultores que la han cultivado sobre polvo o sobre barro, desde Lanzarote hasta El Hierro, o sobre jable o mazapé llegado el caso. Jables, por ejemplo, sacados en cuevas por mulas y camellos en el sur de Tenerife. Y todo ello, la mayoría de las veces, de espaldas a nuestras universidades que casi nunca ha aterrizado en esta parte de nuestra riqueza cultural y biológica. Quizás, fruto de ese olvido, nos encontramos en Perú y Bolivia con miles de variedades de papas perfectamente conservadas mientras nosotros seguimos dependiendo de las semillas que nos envían las Islas Británicas, pese a que se han intentado hacer cosas en este sentido mediante iniciativas como Cultesa y demás.

Las papas son algo básico en la alimentación de los canarios. Por eso nuestro empeño debe ser -además del de buscar papas por todos lados para intentar salir del atolladero en el que nos encontramos y que está provocando ya un alza de precios casi desconocida en un alimento básico como éste-, el realizar un cambio profundo en la manera de entender nuestro mundo rural. Hay que hacer una verdadera apuesta por la defensa de nuestras producciones locales que, en el caso de la papa, podrían permitirnos el autoabastecimiento porque la realidad es que hoy en día sobran tierras para sembrar papas.  

Es tiempo de motivar y no de desmotivar a nuestra gente. Hay jóvenes agricultores que quieren apostar por esto y se están modernizando y capitalizando la agricultura, pero debemos garantizarles un mínimo de rentabilidad y ser capaces de proporcionarles agua y bancos de tierra. Es inviable poner a competir al agricultor por el agua con el consumo urbano, industrial o turístico. Hay que mejorar las infraestructuras hídricas y el agua para regar papas no puede competir en precios con el agua del turismo.

Además, en el caso de la papa necesitamos hacer rotación de cultivos y aportar a la tierra materia orgánica. Es decir, eso que llamamos combustible ahora para los incendios, pero que en otros tiempos nos llevó a tener los montes literalmente barridos para darle fertilidad a nuestras tierras de cultivo y cama para el ganado. Y no, no se trata de volver a eso porque sean situaciones medioambientalmente no deseables y porque hoy afortunadamente disponemos de otros recursos, pero sí debemos saber que tenemos un problema de gestión forestal que no tendría que perder de vista el papel que tanto la agricultura como la ganadería puede y debe jugar al respecto.   


Juan Jesús González y Wladimiro Rodríguez Brito


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