sábado, 16 de diciembre de 2023

Los ariqueros de El Palmar


Los ariqueros forman parte de la cultura del valle de El Palmar, en Buenavista del Norte, y obviamente no nos referimos al gentilicio de los vecinos del municipio del sureste tinerfeño sino, en este caso, a una de las exquisiteces gastronómicas de las que hoy en día se puede seguir disfrutando durante todo el otoño y parte del invierno (se cosechan entre octubre y febrero) pese a tratarse, por lo general, de un fruto típicamente veraniego. Y eso sin tener que traerlo del otro hemisferio ni tratarlo con químicos de ninguna especie, se trata de los higos picos -o tunos- conocidos como los ariqueros de los que sobreviven pequeñas plantaciones en El Palmar, en algunos mercados se siguen encontrando en esta época entre cuatro-cinco euros el kilo, y en extensiones algo mayores pero sobreviviendo con dificultad entre piteras, zarzales, tabaibas o granadillos. 

Y es que estos días tuvimos la oportunidad de volver a recorrer aquellos parajes, un antiguo valle en V que el conjunto de conos volcánicos de El Palmar, fácilmente reconocible porque en su día fue cortado en varias secciones tipo queso para el aprovechamiento de la zahorra/picón, convirtió con el tiempo en valle en U al provocar un característico taponamiento que generó una amplia zona endorreica donde se depositaban los materiales procedentes de la erosión del macizo antiguo de Teno principalmente, arrastrados por el conocido como Barranco de Los Camellos. Obviamente estos depósitos, de los que existen varios ejemplos en las islas más antiguas del Archipiélago, generaron unos suelos altamente productivos que en parte sirvieron para cubrir malpaíses costeros principalmente sorribados para los cultivos de platanera, de especial importancia también en Los Silos y Buenavista incluso a día de hoy. 

Y en compañía de Domingo Romero, al que con sus 87 años todavía algún vecino le ha pedido este año ayuda para arar alguna huerta motocultor en mano, nos hemos adentrado un poco en un paisaje que habríamos de considerar como extraordinario dentro de lo que fue la lucha por la supervivencia en el secano canario. De hecho, aún en el año 1984 la Enciclopedia de Canarias reconocía a Buenavista como el municipio de mayor producción de azafrán del Archipiélago, nada menos que tres hectáreas de las que apenas se mantienen algunos centenares de metros que cultivan ocho o diez nostálgicos, entre ellos don Domingo, pese a que en el mercado lo encontramos a 2,5 euros los diez gramos (250 euros el kilo). 





Y en este recorrido, en una tierra en la que no hace medio siglo se cultivaban 125 ha de papas, con variedades propias como la azucena, la andina o la melonera que aún se conservan; hoy apenas si se contabilizan 500 surcos, aunque don Domingo se sigue mostrando algo más optimista y habla de alguno más. Sin embargo las pistas que nos ofrece el territorio nos hablan de que ni un 10% de las tierras de cultivo, entre el territorio recuperado por el monte y el paisaje  ocupado por auténticos bosques de tabaibas, se están utilizando y mucho menos por parte de vecinos de Las Portelas o El Palmar porque buena parte de lo poco que no se ve baluto tiene que ver con la llegada de extranjeros -que están comprando tierras a precio de saldo por toda la Isla- o vecinos de Los Silos o municipios cercanos que han encontrado un entorno rural para producir sus frutales y/o hortalizas mayormente. 

Nos cuenta don Domingo que en todo el Valle debieron existir en torno a 2.000 vacas (hoy ninguna literalmente) que se alimentaban principalmente por plantas forrajeras, incluso el junco que se cultivaba a la sombra de las paredes, que llegaron a ocupar una superficie de 25 hectáreas. Además, en el  municipio de Buenavista hablamos de que hubieron 100 hectáreas de viña, 6 de leguminosas (principalmente garbanzos) y nada menos que 117 de cereal, además de las cerca de 400 de plátanos en la zona costera. Incluso se llegaron a contabilizar 15 hectáreas más de tomates principalmente en Punta de Teno, siendo importantes también las cebollas de Los Carrizales y algunos extranjeros identificaron la zona como lugar propicio para  la producción de flor cortada debido probablemente a un enfriamiento nocturno menos acusado que en otras zonas de la Isla por razones orográficas.

Buenavista llegó a tener la friolera de 876 hectáreas de cultivos distintos a la platanera, cuando hoy en día éstas se deben contar como algunas decenas que no deben llegar ni al centenar. Un panorama que no por reconocerse como de lo más frecuente en la mayor parte del Archipiélago nos debe hacer perder la perspectiva sobre la necesidad de invertir esta situación que, mayormente, tiene que ver con una crisis cultural desconocida donde hemos dejado de reconocernos en medio de nuestro propio paisaje que, pese al aumento tan importante de la población en las últimas décadas, en muchos casos está pasando a manos de foráneos que sorprendentemente compran a precio de saldo lo que no hace tanto era nuestro sustento y nuestro modo de vida.

En 1958 recuerda don Domingo Romero que llegó la carretera a El Palmar, mientras la zona de Masca y Los Carrizales debió esperar hasta los 70 para ver aparecer el tráfico rodado. Con ella, indudablemente, mejoras en las condiciones de vida pero algo más difícil de interpretar es cómo todo ello vino acompañado de diáspora y abandono. Hoy que Buenavista se moviliza contra los desahucios, nosotros también en esta situación límite a la que estamos llegando respecto al problema de la vivienda, hay que decir que existen otras formas de desahucio acaso hasta más preocupantes y dolorosas porque además del abandono físico hablamos de dar la espalda a nuestra cultura y nuestra identidad como pueblo, aquello que nos identifica y nos hace peculiares. 

Y en ese sentido los ariqueros de El Palmar y Las Portelas representan quizás un símbolo de resistencia hoy día amenazados no sólo por el abandono y la invasión de tabaibas o granadillos sino, además, por la cochinilla mexicana que inexorablemente se extiende por toda la Isla acabando con este recurso, pencas que tanta hambre mató en el pasado, para los humanos directamente incluso como porretas aprovechables todo el año pero también para el ganado. No, no se trata de una especie invasora, ni mucho menos, como la pretenden presentar algunos al ponerla al nivel del propio rabo de gato o los plumachos, más bien se trata de lo que representó nuestro modo de vida -incluso para fabricar nuestros propios juguetes- y nuestra supervivencia sobre un territorio mayoritariamente volcánico donde el agua, ni corre, abundantemente por ríos.  

Wladimiro Rodríguez Brito

Juan Jesús González Afonso

 

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