sábado, 17 de febrero de 2024

Del gangochero al merchandising


Si Nijota, el autor de la Polka Frutera en la que de alguna manera se presenta la imagen del intermediario -o gangochero- como la de un personaje aprovechado (en este caso del trabajo campesino), hubiera tenido conocimiento de que llegaría -con las grandes superficies y cadenas comerciales- el merchandising no es mucho suponer que hubiera cambiado rápidamente el sentido de las estrofas que inmortalizaran los Sabandeños. 


Merchandising, en este aspecto, significa que el que quiera vender sus productos agrícolas en esas grandes superficies se tiene que pagar, antiguamente poniendo personal pero hoy en día pagando un coste por el servicio que puede rondar el 5% del valor de la mercancía. Sí, no es que estas multinacionales se conformen con los márgenes del 50, 100 o 200% (el que sea), además de eso hay que pagar para que te pongan la mercancía en las vitrinas mediante el merchan y, más gravoso todavía porque estamos hablando de otro 12%, el llamado ‘rape’ que no es el pescado sino una mera comisión por el “derecho” a vender ahí. 

Cuando nos vendieron esa historia de la globalización cualquiera diría que nos referíamos a un mundo más solidario, más integrado en todos los aspectos y quizás hasta con menos guerras y hambrunas. Pero resulta francamente chocante concluir que globalización es que unos cuantos, los más listos o más fuertes, se inflen como globos mientras el resto espera por si caen algunas migajas del festín. 

Las exigencias de Mercadona, Lidl, Alcampo, Carrefour, Hiper Dino, Aldi…son de lo más variopintas y pintorescas, por decirlo de alguna manera, hacia los productores. Ellos exigen fidelidad, no puedes dejarlos colgados nunca con nada pero en un momento dado, por poner un ejemplo, les llegan puerros que consiguen por ahí a precio de ganga y lo tienen claro: “esta semana no me mandes”. Eso sí, no se te ocurra decirles que un precio se está disparando mucho en el lineal que si te lo pueden ajustar. De eso ni hablar, a precio fijo para el productor. 

Algunos exigen ‘rape’, con otros tienes que utilizar sus cajas que se alquilan, no se prestan. Otros te imponen unos análisis y certificaciones que hacen su propias empresas que, por supuesto, paga el productor también a precios desorbitados, por muchas certificaciones homologables que te hayas ocupado en conseguir (y pagar). Incluso hay algunos que cobran por la aplicación informática que te permite hacer un seguimiento de tus propias cuentas con ellos. A pagar también.

Y esa es la realidad, las ventitas se acabaron y con ellas el gangochero y aunque algunas fruterías mueven mercancía por ahí bastante, no se puede hacer nada, o muy poco, que no caiga bajo el control de estas grandes cadenas, mayormente multinacionales. Que, además, mueven el grueso de la importación que en un momento dado ahogan sin compasión alguna al productor local. ¡Qué ocurre con la importación masiva de papas en época de cosecha local! 

Comida barata y de calidad, en lo que a potaje, ensalada y salud se refiere es algo inviable, hay que pagarla y ser justos con el que la produce. Y eso no sólo porque tiene que sudar la camisa sino porque se la juega con un autónomo que en un momento dado, ante una mala coyuntura, se puede ver en situaciones límite. Y eso no pasa por leyes como la que supuestamente garantizaría no vender a pérdidas porque muchas veces, como no existe control ni límite alguno a la importación, si se exigen los costes sencillamente les compran a otros, de fuera, y terminado el problema. Ahora más fácilmente todavía con la ingeniosa idea de la nueva línea a Tarfaya, a la que nadie se opone siempre y cuando nadie juegue con la baraja marcada. 

Sí, todos los controles fitosanitarios que se exigen al productor local deber ser ¡o no se trata de proteger nuestra salud! de obligado cumplimiento para cualquier alimento que se importe aquí sea de Marruecos, de Brasil, de Sudáfrica, Israel… Y hoy en día ni se controla ni hay capacidad técnica para vigilar eso. 

 Y, además de eso y si queremos que no desaparezca definitivamente lo poco que va quedando de sector primario, no queda otra que aplicar el Arbitrio Insular de Entrada de Mercancías (AIEM) como principal herramienta disponible para compensar unos costes con los que no podemos competir. El coste de mano de obra, por poner un ejemplo, de 1.600 euros/trabajador con el que podemos encontrarnos aquí, con dificultades para conseguir personal, no tiene nada que ver con la cola que se forma en otros países para tomar un puesto cuyo coste no supera los 300 euros en muchos casos. 

No hablamos de fabricar tornillos, que en realidad si se fabrican en China pues repercute en unos cuantos empleos allá más que aquí. No, en este caso hablamos de soberanía alimentaria, de paisaje, de salud, de destino para unas aguas que sí o sí tenemos que depurar y para residuos orgánicos de todo tipo incluidos los forestales para el control de incendios… Asuntos, cualquiera lo diría, lo suficientemente importantes como para que nos los empecemos a tomar verdaderamente en serio de una vez. ¿Se puede exigir factura para una ayuda en maquinaria a los 30 días de solicitarla, con lo que hay que desembolsar el dinero, cuando la administración va a tardar un año en hacerte el ingreso? ¿A quién se ayuda de esta manera y quién dispone de capitalización suficiente como para trabajar en esa forma?

No cabe duda, por otro lado, que resulta imprescindible que ante la perspectiva del sistema de minifundio que impera en Canarias debemos incidir en la necesidad de apoyar toda iniciativa organizativa tendente a la cooperación en forma de cooperativismo o similar. Algunas iniciativas públicas, como el caso del GMR (Gestión del Medio Rural), no han tenido los resultados deseables en este aspecto. Por otro lado desigual implantación de mercadillos, que en muchos casos no responden a las expectativas de revalorizar la producción cercana, es otra cuestión clave a apoyar y en muchos casos reinterpretar.   

La cuestión ya no es tanto conseguir que los que quedan no abandonen, por aburrimiento y por una burocracia que está ahogando a todo el mundo, sino que necesariamente tenemos que ir hacia una política que motive la incorporación de jóvenes al sector primario. Suena a chino, es verdad, en las circunstancias actuales pero eso se consigue no sólo con la dignificación del trabajo campesino sino con menos burocracia, menos zancadillas, más defensa de lo local con todas las herramientas disponibles, más control frente a la bota malaya de las grandes superficies y más compromiso. De ahí que es bueno que el próximo sábado, 24 de febrero, nos veamos en la calle de nuevo para exigir compromiso político con el campo canario. 


Wladimiro Rodríguez Brito

Juan Jesús González Alonso 

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