sábado, 7 de octubre de 2023

Recuperar la trashumancia

Ahora que se ha puesto de moda el término ‘interfaz’ como espacio a tener en cuenta fundamentalmente en el control del riesgo de los incendios, quizás debamos ir un poco más allá y reconocer que en nuestra tierra lo urbano y lo agrario ha convivido y funcionado en base a una cultura pegada a la tierra y que tenía en cuenta, como no podía ser de otro modo, los límites que fijaba la propia naturaleza. Todo ello más allá de cualquier lectura académica de muros y rayas de colores.  

El territorio hasta hace pocos años en realidad ha funcionado como un todo mientras ahora andamos empeñados en separar a los vecinos de la naturaleza. Teníamos, y hemos perdido, una gestión del territorio que iba de sur a norte y de abajo a arriba mediante intercambios y también mediante rotaciones de cultivo bajo las leyes que imponía la propia naturaleza.

Hoy en día todo eso ha cambiado desde el momento en el que los excedentes agrícolas de otras regiones del mundo nos hicieron creer en un espejismo de abundancia cada día más complejo y desdibujado, sobre todo en términos inflacionarios. También nos creímos capaces de mantener una ganadería sin producir forrajes, totalmente dependiente del exterior, y a poco que se han complicado un poco las cosas estamos viendo las graves consecuencias de esta irresponsabilidad. 

El problema es que este agosto desaparecieron unas 1.000 hectáreas mayormente de retamas pasto de las llamas y hay que tener en cuenta que hasta no hace tantos años más de 10.000 cabras llegaron a invadir en verano Las Cañadas desde los altos de Los Realejos o por Boca Tauce. No es fácil -o no debiera de serlo- poner manchas de colores sobre los mapas cuando resulta que existen hoy en día eras fácilmente reconocibles todavía por encima de los 2.000 metros de altura. Eso indica que hubo un territorio deforestado produciendo cereal y que en muchas zonas los pinos -por escasos- llegaron a tener nombres propios, como recordábamos no hace mucho con el caso del de Cha Dionisia en Fasnia.

Cuidar una superficie forestal continua en una isla como Tenerife, protegida y sin campesinos ni pastores, se presenta como una tarea imposible y cada día más peligrosa por la acumulación de combustible que en este último incendio hizo que nos encontráramos pavesas de tamaños considerables por las calles de La Laguna y casi por toda la Isla. La gestión del incendio forestal tiene poco que ver con la de el incendio urbano. Nada funciona igual y ni siquiera las leyes del fuego son las mismas y la única prevención sensata tiene que ver con la naturaleza y con los campesinos. Y hay que ser muy claros en el sentido de que hasta que se invente otra cosa no hay prevención posible sin pastores. 

En el caso de Tenerife hay quejas de que los muflones están acercándose a las zonas de cultivo porque en realidad es un animal sin control alguno que hemos introducido irresponsablemente, al tiempo que hemos perseguido al pastor casi hasta su desaparición. Los muflones se mueven con absoluta libertad durante todo el año mientras el pastoreo y la trashumancia era una actividad acotada y que seguía unas normas siempre relacionadas con los ciclos naturales del territorio.  

Es urgente garantizar la seguridad de la población limitando al máximo los riesgos forestales. Los incendios suponen un peligro mayor cada vez mayor y han cruzado cascos urbanos como Fuencaliente, El Paso, Santa Úrsula o arrasado literalmente Masca, como ocurrió en 2007. Esta misma semana hemos vuelto a ver de cerca este peligro en los altos de Santa Úrsula y La Orotava, cuando pensábamos que lo peor había pasado ya.

Pero todo eso implica un enfoque integral que no sólo tiene que ver con las imprescindibles labores de silvicultura sino con una apuesta decidida por el mantenimiento de una cultura agraria y ganadera integrada y con voz propia sobre el territorio. No sabemos si eso se llama ‘isla mosaico’ o ‘interfaz’, pero a lo que nos referimos es a la necesidad de recuperar los castañeros adaptados a la aridez de los altos de Arafo, en parte alcanzados por el fuego por falta básicamente de limpieza del entorno. Hablamos de valorar la importancia de zonas de viñedos como Las Dehesas y Los Pelados en los altos de Güímar.  

También nos referimos, cómo no, al gran oasis de papas y viña de Vilaflor o a la necesidad de recuperar, limpiar y mantener las higueras en Guía de Isora o Santiago del Teide. Y desde luego, a esa indispensable barrera de frutales, papas, forrajeras como los tagasastes y aprovechamiento ganadero, en general, desde La Esperanza hasta el Valle de Arriba en Santiago del Teide. Esa es nuestra ‘interfaz’, la que nos preocupa y la que debería ocuparnos destinando recursos a la recuperación de frutales como los que atajaron el fuego en los altos de Ravelo.

Pero afortunadamente a día de hoy todo eso pasa por garantizar calidad de vida al campesino, al pastor. Los tiempos en los que los veíamos como elementos marginales formando parte de un paisaje semirruinoso afortunadamente han pasado y eso requiere respeto y recursos. Sí, muchos de esos recursos que se están movilizando para afrontar las consecuencias del incendio debían tener en cuenta esta nueva visión imprescindible del papel del campesino en la prevención, incluida la necesaria recuperación de la trashumancia como se está haciendo en buena parte de Europa y en alguna otra isla también. 


Wladimiro Rodríguez Brito y Juan Jesús González



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